“Emprender proyectos sustentables genera mi verdadera satisfacción”

Entrevistas

   Domingo, 01 de Marzo de 2015

Su negocio es vender combustible, lo reconoce. Pero la mayor satisfacción de su experiencia al frente de una gran organización son los proyectos sustentables que ayudarán a crear mano de obra y preservar el ambiente. Su familia es el mayor sustento y participa de la evolución empresarial como segunda generación, detrás de un pionero (su padre, don Abraham Zapag). Prepara ahora a la siguiente camada de familiares que le ayudarán a continuar el legado, traducido en el Grupo Copetrol, paraguas que cobija a varias empresas. Blas Zapag (50) rememora sus inicios en la firma, analiza el entorno y confiesa sueños para mejorar las condiciones de vida en zonas olvidadas del país.

–¿Cómo empezó esta aventura y qué evolución experimentó en la empresa?

–Formo parte de la segunda generación en la actividad comercial. Con mis tres hermanos (Juan José, Nora y María) comenzamos de abajo y ahora conformamos un equipo de trabajo. Asumimos responsabilidades desde muy jóvenes. Nuestro negocio era el bazar, con la recordada empresa Ñaró, que tuvo su época de oro. Comencé a los diez años como secretario de vendedoras, depositero, vendedor y chofer del camión repartidor. A los 17 años me incorporé a Copetrol y estuve tres años de playero y limpiavidrios, hasta que me casé a los 20 y fui trasladado como encargado de una planta de alcohol en 1985, ubicada en Repatriación.

–¿Cómo fue ese cambio de la ciudad al campo?

–Se transformó mi ambiente, aquí tenía un buen auto y conocimientos básicos laborales, pero mi papá ordenó que cambiara de entorno, para concienciarme y que me sirviera de experiencia. Viví tres años en una casita de madera, fueron tiempos duros en lo laboral y hasta no entendía por qué debía ser así, pero en perspectiva comprendo la decisión y lo mucho que me sirvió. Además, me había casado con una chica de 17 años de familia acomodada, quien no tuvo problemas en estar conmigo en ese hogar. Yo estaba feliz y cumplimos ese tiempo. Al año vino mi primer hijo y ahora ya son cinco herederos.

–¿Cómo fue el regreso?

–Al volver administré las estaciones propias del grupo durante cinco años, luego pasé a la distribuidora como cuentacorrentista, contable, administrativo, hasta llegar a la presidencia a los 48 años.

–¿Qué historia tiene el Grupo Copetrol?

–Hay una primera etapa de siete años, tiempo en que no alcanzaban los volúmenes para ser distribuidora y estaba subsidiada por Ñaró. Había competidores fuertes como las marcas multinacionales y otras locales; la competencia era pesada. Al salir de una situación de deudas arrancó una etapa de reingeniería de la empresa. Mi padre, don Abraham, tuvo la capacidad de delegación y hasta hace cinco años operaba intensamente al frente, como presidente, mediante un trabajo de catorce horas al día.

–Hay un legado fuerte de su padre…

–Exactamente. Me enseñó a palpar la realidad de la vida, a saber cómo se pasa en todo el engranaje de la empresa. Eso me permitió valorar muchas cosas y la experiencia en equipo nos ayudó a superar esa mentalidad del momento de que todo lo nacional era malo y de segunda. En los últimos veinte años reinvertimos bastante y de pasar a tener el 4% del mercado de las naftas, hoy lideramos con el 30%. Hay un trabajo de hormiga y una de mis hermanas maneja las estaciones, Juan José las relaciones públicas y el cambio de imagen, mientras a me toca las áreas comercial, financiera y terminal de combustibles.

–¿Cómo se van concretando los proyectos sustentables?

–Una de las instrucciones recibidas de mi padre es la diversificación. Debíamos desarrollar proyectos viables económicamente, pero con prioridad en lo social, y con desarrollo sustentable. Mi actividad de lunes a viernes es vender combustible, pero hasta hace tres años los fines de semana viajaba por el interior con el proyecto de reforestación, para sustitución de energía. Las fábricas necesitan vapor y consumen fuel oil, muy contaminante. La primera forestación está en Villa Oliva, con 10.000 hectáreas que ahora llegan a su madurez de cosecha. Se plantaron 12,5 millones de árboles que, una vez cosechados, reemplazarán al fuel oil y tiene un valor 4/1 en cuestión de menor costo económico.

–¿Cómo se sostiene en el tiempo ese proyecto?

–La base es de 50 años, tiempo indispensable para que se desarrolle una comunidad. La tendencia mundial es el uso de biomasa como energía sin límite. Se estima en Villa Oliva que 1.000 familias estarán en el proceso de corte y otros en un ambiente donde antes solo había suelo pobre e inundable, donde la ganadería no es rentable.

–¿Ese proyecto se replica?

–Sí, y forma parte de un gran sueño: Adquirimos un inmueble en Concepción, y la intención es concentrar a propietarios de la zona para que juntemos unas 200.000 hectáreas de tierra, de las que 150.000 serán para reforestación. Si logramos eso podríamos aspirar a una inversión de USD 3.000 millones para una planta de celulosa y generar trabajo a cientos de miles de personas. El crecimiento de Concepción sería de 5 a 1 respecto de lo que crecería Asunción.

–¿Qué otro rubro desarrolla el Grupo?

–En Paraguarí hay una fábrica de alcohol de caña y cereales, donde trabajan 700 funcionarios directos; hay una segunda planta terminada en Amambay, para producir unos 20 millones de litros de alcohol.

–Con estos emprendimientos, ¿cuál es su filosofía?

–Comercialmente hay que ser eficientes, pero nuestra satisfacción está en los proyectos. Hay una tercera generación familiar que va por la misma línea. Si no fuera por el equipo conformado, no sería posible; no tendría la capacidad de presidir si no fuera por mis hermanos y los 10 hijos y sobrinos que colaboran en el grupo.

–Cuando se desenchufa de la oficina, ¿qué pasatiempo tiene?

–Tengo un pahague (hijo menor) de 6 años, que me insume el tiempo. No viajo más casi por él. Mis hobbies son sencillos, no me gustan la extravagancia ni el snobismo, tampoco viajar al exterior, un relax en alguna estancia en el Chaco y la moto: Soy motoqueiro y puedo hacer un domingo unos 500 kilómetros, porque me relaja. Además, salgo a divertirme con mis hijos mayores.

 

Por Darío Lugo